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Recuerdo junto al mar

Danza

Danza, la esencia de mi ser

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Desde que vi el primer ballet, Carmen, interpretado por la inigualable Maya Plisétskaya, haya a mediados de los '70 (por ese entonces, yo sólo tenía 4 años) que entendí que no quería respirar por nada más que por esas zapatillas mágicas, capaces de volar, hasta alcanzar ese Cielo desde dónde me sonreía Dios; y desde entonces, viví cada ballet, cada coreografía que surgía de lo más profundo de mi ser, como una oración, un encuentro amoroso con Él.Muchos otros bailarines y coreógrafos, de todos los géneros y escuelas, fueron marcando en mi vida su huella, cada uno de ellos son una parte de mí, que se vuelve palabra, grito, vuelo, vida en la danza, ese lugar de encuentro de las almas que vuelve fácil lo imposible, mágico lo cotidiano, bello lo vulgar... La danza, ese misterio indescifrable del alma, imposible de contener en palabras.

Por eso, dejemos que ella hable, en el recuerdo de Maya, de ese primer ballet que marcó para siempre mi vida.

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Mikhail Baryshnikov




Fue una noche de verano, a comienzo de los años '80, cuando estando de vacaciones, empezaba a tener mis primeras aventuras nocturnas. Y es que, para aquella niña que era por aquel entonces, poderme quedar hasta las 2 0 3 de la mañana viendo televisión, sola, en la serenidad de la luna porteña, era una aventura fantástica, 
Una de esas noches mágicas, un nombre largo, en ruso, en la pantalla de mi viejo televisor llamó mi atención y marcó mi vida para siempre. Se trataba de un especial, un cortometraje que en su primera escena mostraba la entrada de un teatro neoyorquino donde se anunciaba el estreno de "Gissel"; algo tendría que ver con la danza, por lo que me acomode al pie de mi cama y me dispuse a ver.
Al día siguiente desperté a mi mamá hablando sin parar del increíble bailarín de nombre largo, en ruso que me había robado el corazón; era un universo infinito de movimiento, gracia, elegancia, que hacía posible, fácil, simple, lo imposible. La danza hecha hombre,
Durante algunos años, guarde en mi corazón el recuerdo de aquel fascinante bailarín, hasta que una tarde, después de clases, viendo la publicidad de una película en la tele próxima a estrenarse, salte de la silla, exclamando:
-¡Ese, ese es el nombre largo del que siempre te hablo mamá! -y corrí a ver en el diario las carteleras de los cines; ahí estaba: "Sol de medianoche" protagonizada por MIKHAIL BARYSHNIKOV.
Poco dormí la noche anterior a ir al cine y, comenzada la proyección, sentía que me estallaba el corazón viéndolo bailar "El joven y la muerte" de Roland Petit. Esa primera coreografía caló tan profundo en mí, que por primera vez, me encontré buscando en los títulos el nombre del coreógrafo. Al salir del cine, ya en el colectivo de regreso a casa, le dije a mamá:
-¿Viste esa primera coreografía que baila, mamá? ¡Eso es lo que sueño hacer algún día?
Por supuesto, nunca alcance el genio creativo de Petit, ni la magia de Baryshnikov, pero ese "nombre largo, en ruso" jamás se borró de mi corazón. Y cada vez que vuelvo a verlo bailar, algo en lo profundo de mi alma enciende una luz que me llena de dicha, de paz. Es un vuelo fantástico al universo de la danza, en dónde todos los sueños pueden hacerse realidad, en donde Dios te sonríe. 
Pero, ¿para qué decir más? ¡Mejor, vayamos a ese universo único, volando en sus alas!






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