La mañana de otoño desgrana su matiz dorado sobre la hierba humedecida por el rocío del ayer. Quién hubiera imaginado volverte a ver, después de tantas heridas que los años acumularon sobre el empedrado del corazón. Ya no somos los mismos; la vida te dejó una familia y alguna plata sobre la sien; a mí el paso se me volvió lento y los sueños se perdieron en el viento. ¿Por qué peleamos esa última vez? ¡Cómo recordarlo! Qué importa por qué fue... Estamos uno frente al otro, en este otoño que se lleva nuestras hojas secas, y nos regala un nuevo despertar. Estamos; los que somos, los que fuimos, los que aún podemos ser. Y quién te dice, esta vez, aquel amor de agendas y chocolates, se vuelva cuento, sin hadas ni príncipes azules; con tu mano tomada de la mía, andando por las orillas del mar, iluminados por la luna de otro enero, un poco más arrugados, un poco menos ingenuos y mucho, mucho más enamorados...
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