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Fueron tantas las noches en las que soñé tu llegada. Fueron tantos amaneceres que amanecieron con tu ausencia, que de a poco se fue muriendo mi esperanza, y con ella, lentamente se quedó vacía mi alma.
Tantas veces imaginé tu nombre, tu sonrisa, tu mirada, tu porte de hombre. Tantas más me dormí llorando mi soledad, que me volví fría, distante, sombra deambulante en la inmensidad...
Y me dije que no te necesitaba, que sola me forjaría mi felicidad.
Hasta que una mañana, sin saber cómo ni porque, entre tus brazos desperté. Desde entonces, sólo ha sido Sol y Luna: un mismo camino, un sólo corazón. Y tu mano y la mía, buscándose, encontrándose bajo la noche estrellada...
Ale Soria
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