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Me gustan las mañanas claras de enero,
en las que el mar saluda desde lejos;
el aroma del pasto recién cortado
y el rocío adormecido
sobre jazmines blancos.
Disfruto las canciones viejas
que trae la brisa de primavera;
los libros amarillentos
y perderme en algún oculto
cafetín de San Telmo.
Tengo la melancólica
nostalgia del tango,
la osadía perdida
de la juventud envejecida
y algunos sueños
en busca de un nuevo cielo.
Guardo en el corazón
un amor que no será,
en la mirada, un niño
que corretea queriendo volar
y en el alma, una herida
que ya no cerrará.
Me quedan por delante
un puñado de amaneceres,
un camino perdiéndose en la eternidad
y la terca convicción
de que no es utopía la felicidad.
Ale Soria
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