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Recuerdo junto al mar

Cuentos para un travieso morocho

 El mar, un niño y su negro corcel 

La mañana de Necochea esperaba dorada al pequeño Alvaro, un rapaz muchachito hijo del peón encargado del haras de la gran estancia, que solía escaparse de las tareas matutinas para saludar a su amigo el mar. Por fin llegó, y el mar acarició suavemente sus pies descalzos; fue entonces, cuando un sonido muy familiar, llamó su atención. Se detuvo por un instante su respiración, ¿sería él?, se preguntó incrédulo y extasiado frente al negro corcel, indómito como el mar... El relincho de Carbón pareció responder orgulloso al asombro de Alvaro. 
Nadie nunca había podido montarlo, al punto que el patrón prometió que quien lograse la hazaña, sería su dueño. "Es imposible" pensó; el mar salpicó de pronto su moreno rostro, algo desafiante, como queriendo decirle que no hay imposibles para Dios.  Alvaro dudó, pero tomando coraje, le hizo un guiño a su salado amigo y le preguntó: "¿Me ayudas?". El mar elevó feliz su temerario olaje, invitándolo a la gran aventura. El jovencito, pues, sigiloso, se fue acercando lentamente a Carbón, que parecía curioso de la osadía de aquel travieso desconocido. Una suave caricia recorrió el lomo del bravo corcel, y de pronto, jugando con las olas, lo imposible se convirtió en amistad. Y el patrón cumplió su promesa...

Desde entonces, las mañanas de Necochea contemplan luminosas al mar correteando a un niño y su negro corcel.

Ale Soria


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